Alicia Saade de Dahdah: Asuntos presidenciales

Alicia Saade de Dahdah retratada por Adrián Díaz

Alicia Saade de Dahdah retratada por Adrián Díaz

“Santo Domingo es un país que tú llegas y lo quieres”, dice sonriente Alicia Saade de Dahdah (n. 1931), refiriéndose a la bulliciosa ciudad caribeña de muros de trinitarias y casonas de tejas que la acogió – hija única, junto a su madre viuda y su abuela – en los albores de su infancia tras dejar su pueblo, Zgharta, y sus olivos en el distante Líbano. Las Saade seguían el paso transatlántico de Denise, hermana de la madre de Alicia, y su esposo Antonio Fanianos; quienes, buscando mejores oportunidades a las ofrecidas por la patria local bajo yugo francés, se habían establecido en la tórrida República Dominicana – bajo el garrote patriarcal del dictador Rafael Leónidas Trujillo – y fundado una pensión en la capital isleña.

Por siete años, Alicia hizo vida en las calles coloridas de Santo Domingo y su mofongo y mangú – incluso, hasta la actualidad, mantuvo a sus amigas de infancia. Pero el prospero crepitar de las cigüeñas metálicas de la civilización del oro negro llamaban con canto de sirena, y partieron los Fanianos y las Saade – no por el ciclón Zenón, como muchos otros dominicanos-libaneses – a Venezuela, nación que delimitaba el turquesa Caribe que les había dado la bienvenida en América. En Llaguno a Bolero, cercano al palacio presidencial de Miraflores y sus chaguaramos, establecieron otra pensión donde un centenar de familias libanesas (tales como los Sayegh, cuya descendencia se mezclaría con la descendencia de Alicia) recibieron refugio en su llegada al país nuevo. “Habían muchísimos paisanos”, dice y recuerda las familias Karam, Entakli y Antar. “Eran libaneses, no se dice árabes ni turcos”, recalca en reminiscencia del fenicianismo de los cincuenta, muy en boga entre los cristianos del Líbano pos-independentista, “Todos eran muy trabajadores.”

Adolescente, y recién llegada a Venezuela, Alicia cursó mecanografía, taquigrafía y comercio en el patronato del colegio San José de Tarbes – con sus monjas y crucifijos de pared – donde desarrolló una cortés letra Palmer al escribir. “Todavía no le había agarrado la cuestión”, dice de su llegada a la ciudad, “pero para mi después de Caracas no hay.” Aquellos años, bajo la enseñanza de las monjas, le abrirían el camino al Palacio de Miraflores, donde trabajaría en la Secretaría Presidencial por ocho años.

El credencial de identidad de Alicia durante su trabajo en la Secretaria de la Presidencia de la República

El credencial de identidad de Alicia durante su trabajo en la Secretaria de la Presidencia de la República

La posición se debió al militar Jesús María Castro León – quien posteriormente se alzaría contra el dictador Marcos Pérez Jiménez y contra el demócrata Rómulo Betancourt, falleciendo en prisión por su intentona golpista – quien había entablado una estrecha amistad con Antonio y todo el clan familiar. “‘Oye mijo’, le decía yo”, dice Alicia, “‘yo quisiera que me consiguieras un trabajo en un consulado en América.’ Pero él me decía ‘chica, tú estás loca. Como Venezuela no hay.” Así, la asignó para ser una de las múltiples secretarias del palacio presidencial – cruzando la calle todos los días antes de presentarse en los grandísimos muros del siglo diecinueve. Allí, bajo el mandato del dictador Marcos Pérez Jiménez y sus condecoraciones sobre traje blanco, marchó en nacionalistas procesiones tales como la Semana de la Patria. “Era sumamente bueno con sus empleados”, dice del ex-presidente, “en Noche Buena repartía regalos entre nosotros.” Alicia recuerda haber conocido al presidente provisional Carlos Delgado Chalbaud, “alto y bello”, antes de su asesinato – velado en misterio – en una bucólica calle del Country Club.

 Presentados por Evelyn Dahdah, otra expatriada, Alicia conoció al inmigrante libanés – también oriundo de la norteña Zgharta – Antoine Dahdah (n. 1927, f. 2012) en una fiesta de la comunidad “y ahí empezó la guachafita. Hombres como él son difíciles de conseguir: como padre, como hijo, como hermano”, pues de su trabajo en el trópico enviaba remesas a su familia en aquel Líbano sumido en la pobreza. Así, Alicia y Antoine contrajeron nupcias en 1959 – caída la dictadura ante el estruendo de multitudes y aviones militares y culminado el trabajo de ella en el Palacio de Miraflores. Alicia, sonriente y recordando con algodonoso cariño, describe a su esposo como “encantador”, “coqueto” y “guapo.” Además, Antoine “era la adoración” de su madre, quien visitó Venezuela – años después – con la intención de llevarse a su hijo de vuelta al Medio Oriente, a lo que él le respondía ‘tauli belik’ (“ten paciencia”, en árabe).

Antoine dahdah

Antoine dahdah

Antoine había desembarcado en Venezuela y su costa de cocoteros en 1953, en el amanecer del gobierno de Pérez Jiménez y su proyecto inmigratorio a gran escala, “sin un dólar, sin hablar el idioma y sin familia”, estableciéndose en el pueblo de llanos amarillentos y sol ácido de Calabozo, en pleno heartland venezolano, donde hacía vida una comunidad de libaneses. “En una tagüarita” estableció un comercio, vendiendo ropa y posteriormente recorriendo el país y sus montañas, llanos y selvas – fuese Zulia, Barinas, Cojedes, Carabobo o Aragua – para comercializar sus productos; primero “en un camión, luego en camioneta, luego pickup y luego carro.” Por las estruendosas brisas que golpeaban contra su ventana izquierda – siempre abierta debido a su afición al cigarro – Antoine perdería parte de la audición de aquel oído.

Fue en sus transcursos por la ciudad de Puerto Cabello, con sus muelles repletos de contenedores metálicos y su fortaleza colonial entre casonas antiguas, que Antoine conoció a  Nazri David Dao (n. 1906 f. 1984) – llegado en 1926 como corresponsal del periódico libanés Zahie el Fatat y oriundo del poblado de Houmal, en los montes circundantes a Beirut y salpicados de aldeas maronitas. Dao, que había sido marchante y vendía cortes de tela a crédito, había fundado la agencia aduanera “N.D. Dao” en 1935 y ahora perseguía –  imperantemente, leyendo únicamente a Khalil Gibran y a pesar de la incredulidad de su esposa, Nayibe Saldivia – su sueño de ser banquero. “Él era sociable”, dice Alicia del hombre que por su buena relación con sus clientes llegó a apadrinar más de trescientos niños, “Pero no veía a todos lados.”

En noviembre de 1954, el Banco del Caribe – el sueño de Nazri, quien además dirigía la Cámara de Comercio de Puerto Cabello – abrió sus puertas en la ciudad portera carabobeña. La relación de los Dao con Antoine se hizo estrecha y dulcemente familiar, pues Antoine – joven y fluido en los dialectos provincianos del Levante – sirvió de puente de negocios con las nuevas comunidades libanesas y sirias que florecían en las ciudades y pueblos del país. Así, el joven inmigrante sirvió de fundador del Banco y posteriormente de accionista, siendo ascendido a Director de Comité (para la aprobación de créditos, “por supuesto a la paisanera”) y finalmente a Director de la Junta Directiva del banco – teniendo así reuniones corporativas cada jueves. “Era un banco dirigido a los paisanos”, dice Alicia en compañía de su hija Josefina, quien posteriormente sería abogada de aquel reino financiero, “Le decían el banco de los paisanos.”

Alicia dahdah en su juventud en caracas

Alicia dahdah en su juventud en caracas

Los viajes por carreteras rurales y rincones recónditos entre los nevados Andes y el marrón Orinoco continuaron a medida que Antoine, personalmente, se encargó de la apertura de nuevas sedes del banco – en especial en locaciones donde hubiesen comunidades libaneses, fuese Calabozo o Tucupita. Más de 140 sedes fueron establecidas por Nazri y Antoine por la vastedad venezolana – todas prestamistas de créditos. Incluso, al ser una suerte de cara pública del Banco del Caribe, Antoine llegó a ser recibido por más de cien libaneses tras su llegada a Puerto Ordaz para la fundación de una sede nueva. Fue así como, tras mudarse a Caracas para la apertura de lo que sería la nueva sede principal del banco, que la pareja Dahdah Saade tuvieron su primer encuentro.

Tío Antoine – en las seis décadas de trabajo con Banco del Caribe, posteriormente renombrado Bancaribe – jamás dejó de vestir su elegante traje oscuro y sus corbatas de color, asistiendo diariamente a su oficina hasta la semana previa a su partida. Su vida diaria jamás se trasladó del Centro de Caracas, a pesar de que la sede principal se mudó en sus últimos años a El Rosal con sus antisépticos rascacielos de granito y vidrio – a donde se negaba a ir, pues prefería tomar café en la concurrida y ecléctica zona de la ciudad donde trabajó desde su juventud. “El alcalde del Centro”, como dice su hija bromeando, se había vuelto parte de la fábrica social de la zona – a pesar de los regaños familiares, debido al incremento de la delincuencia en sus callejones y plazas –  siendo conocido, cual personaje del color local, por vigilantes, fruteros y comerciantes. Hoy, su hijo Johnny (n. 1963 y graduado de Administración) continúa los pasos de su padre a medida que Bancaribe se ha expandido a Curaçao, mientras que sus otros hijos – Jorge (n. 1960) y Josefina (n. 1961) – ejercen la pediatría y el derecho. De ellos, seis nietos enorgullecen a tía Alicia – que, oliendo a perfume y vistiendo una blusa floral, me sonríe desde el sofá color beige al cruzar sus piernas.