Entrevista a Eduardo Sánchez Rugeles, autor de Blue Label/Etiqueta Azul

El sueño de Eugenia Blanc.

El sueño de Eugenia Blanc.

Desesperanzada y hastiada con la Venezuela contemporánea, Eugenia Blanc – una caraqueña de clase media – solo tiene un sueño: ser francesa. Su empeño por obtener la nacionalidad de su abuelo la embarca en un inusual road trip por los grotescos paisajes de su país revolucionario, descubriendo el proceso agridulce de convertirse en adulta, en la novela debut del escritor venezolano Eduardo Sánchez Rugeles (1977), Blue Label/Etiqueta Azul (2010).

 Blue Label/Etiqueta Azul catapultó a Sánchez Rugeles – que tenía tan solo 33 años – a la fama literaria cuando la novela ganó el Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri. Sería el primer premio de varios que el autor ganaría al publicar obras posteriores. La novela ha cautivado a los lectores, especialmente al público joven (al punto que es lectura requerida en algunos cursos de bachilleratos y clases universitarias), por su cruda visión de los años más hegemónicos y despilfarradores del chavismo (de ahí el título) y de la significancia que el tema central – el destierro voluntario, la emigración venezolano – adquiere cada día más. Los sueños de Eugenia, de escapar de una Venezuela despedazada y caníbal con su gente, resuenan y se multiplican diariamente en la juventud venezolana. El éxito de la novela logró que, para 2014, esta numerara un tiraje de 10.500 copias; un número considerable en el mercado venezolano. No sería exagerado hablar de Sánchez Rugeles como un bestseller del mercado local.

Sánchez Rugeles estudió Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela con la intención de que su vocación fuese la académica. Posteriormente, trabajó como profesor de educación media en el colegio San Ignacio de Loyola (en Caracas), sirviéndole esta experiencia como inspiración para su obra debut. Desde hace más de una década, vive en Madrid – desarrollando su carrera en la distancia y escribiendo sobre el exilio desde la óptica de su experiencia personal como emigrante venezolano.

Tony: Eres uno de los pocos autores venezolanos que ha tenido el atrevimiento de hablar desde el punto de vista de la clase media caraqueña del tipo publicidad navideña de Plumrose/publicidad Mavesa. ¿Consideras que la clase media/alta, su mundo y visión, ha sido demonizada o convertida en tabú?

Eduardo Sánchez Rugeles: Sin duda, bajo los parámetros sociológicos de la Revolución, la clase media ha sido satanizada. No es un tabú, se habla de ella pero en términos peyorativos y excluyentes. La clase media, según este modelo político, es el mal, pero, en sentido estricto, no creo que esta estigmatización se trate de un fenómeno reciente. El chavismo, claramente, profundizó esa lectura negativa, pero esta visión estaba muy arraigada en el imaginario estético latinoamericano desde los años sesenta. No es un fenómeno exclusivo de Venezuela, lo que pasa es que nosotros tuvimos el infortunio de llevar a Chávez a la presidencia. No creo que seamos pocos los que le hayamos dado la palabra a la clase media, lo que ocurre, quizás, es que no hemos tenido suficiente visibilidad. Al no encajar en el paradigma imperante, al no caer en el tópico marxista de la lucha de clases y apostar por esencialismos sociológicos, puede que nuestro trabajo haya pasado desapercibido. En ese sentido, puede que “Blue Label” haya tenido suerte y haya aparecido en un momento en el que la clase media necesitaba quitarse de encima algunas etiquetas.

T: ¿Qué te llevo entonces a hablar de ese estrato socioeconómico, a meter el dedo en la llaga?

ESR: No hubo una intención específica de meter el dedo en la llaga, nunca vi esa llaga. Simplemente, traté de hablar de contextos y situaciones que me resultaban familiares, de entornos que conocía. No tengo experiencia vital de la riqueza, de la opulencia de las clases altas, pero tampoco tuve una experiencia directa de la pobreza extrema; por lo que mis referentes siempre estuvieron ligados a eso que, a veces de manera deportiva, llamamos clase media.

T: Esto se insinúa en parte en el prólogo (escrito por Alberto Barrera Tyszka) de Blue Label/Etiqueta Azul, pero ¿tú consideras que cierta frivolidad o ignorancia de las clases medias y altas venezolanas hacia otras realidades ayudó a la llegada del chavismo al poder o al dominio tan carismático y hegemónico que tuvo la Revolución Bolivariana? 

ESR: La llegada del chavismo al poder es un fenómeno más complejo. Justificar el ascenso de Chávez por cierta frivolidad o ignorancia de la clase media podría resultar oportunista, insuficiente e incierto. El desgaste del discurso de los partidos políticos tradicionales es un argumento esencial. Muchas de las denuncias que hizo Hugo Chávez en 1998 en su campaña presidencial, referidas a la corrupción de esos partidos y a la falta de empatía de las dirigencias con el pueblo, fueron legítimas y, en gran medida, realistas. Antes que hablar de frivolidad o ignorancia, preferiría hablar de ingenuidad. La clase media fue ingenua al creer que un militar golpista tendría la entereza moral y la inteligencia política suficiente para confrontar un país con dificultades económicas y sociológicas tan serias como las que tenía la Venezuela de finales del siglo XX.

T: ¿Has visto el controversial video Caracas, Ciudad de Despedidas? ¿Qué opinas del video? ¿Te parece que la reacción fue proporcional? Llama la atención como en los últimos años ha sido parcialmente redimido en las redes sociales, incluso con memes.

ESR: En su momento lo comencé a ver, pero lo quité porque me aburrió. No le di importancia, horas más tarde supe que era un escándalo mediático. La reacción, efectivamente, me pareció desproporcionada y grotesca. Muchas personas descargaron sus frustraciones, iras, malestares y pesares en el trabajo escolar de ese grupo de chamos. La indignación popular me sigue pareciendo kafkiana. Recuerdo que, en esos días, el magistrado Aponte Aponte acababa de hacer unas revelaciones graves sobre el funcionamiento del Tribunal Supremo de Justicia; esa semana, además, un grupo de presos alzados tomó el reten de la planta y comenzaron a disparar contra la autopista. Había una serie inmensa de argumentos para indignarse y cuestionar el estatus moral y el fracaso político de la vida venezolana, pero el desahogo le tocó a estos pobres carajitos que, incluso, llegaron a recibir amenazas de muerte. Conozco a algunos de ellos, les di clases en bachillerato. Algunos, en privado, reconocieron cometer un error al prestarse a participar en ese corto, pero nunca imaginaron que aquella tontería se convertiría en un fenómeno viral. También fueron ingenuos. Como tantos, como todos.

T: Hablemos de Blue Label/Etiqueta Azul. ¿De donde surgió la idea, cual fue la inspiración?

ESR: Sin duda, mis años como profesor de Educación Media. Comencé a redactarla cuando me mudé a Madrid y, enfebrecido por la nostalgia, comencé a tomar algunas notas sobre mi experiencia docente en las aulas de bachillerato.

T: ¿Por qué razón tus personajes llegan a ser tan disfuncionales y en momentos hasta misántropos, causando cierta falta de empatía en los lectores?

ESR: No lo sé. Supongo que es el tipo de personaje que me gusta, tanto en cine como en literatura. La gente simpática, encantadora, adorable, nunca me ha resultado muy atractiva (hablando en términos estéticos). Siempre he sentido una curiosa preferencia por los raros, por los extraños, por los outsiders. Mientras más chocantes resulten, mejor. 

T: A través de la obra, hay una tensión musical entre ese bubblegum pop latino, tan en boga en los años que transcurre la novela, que Eugenia disfrutaba y el gusto por el rock americano de décadas previas de Luis. Me parece sumamente interesante, considerando que en América Latina hemos presenciado en los últimos quince años una tensión (ejemplificada por la letra de “Atrévete” de Calle 13) de trasfondo social entre la música más “fresa” (RBD, Belinda, Thalia, Shakira, Enrique Iglesias, etc.…) y la música más “urbana” (el reggaetón, el trap, la bachata, las fusiones urbanas) al punto que hoy en día pareciese que el pop latino ha sido diezmado y la brecha es entre un reggaetón suavizado (Maluma, J Balvin, etc.) y una corriente más reaccionaria y cruda. Ahora, la brecha entre Eugenia y Luis nos habla más bien de una tensión cultural entre la cultura musical del primer mundo y su adaptación en nuestros países (el pop). Háblame de esto.

ESR: Luis tiene mucha influencia anglo y sí, puede que sienta desdén por la música latinoamericana, su actitud es muy intensa y juvenil, inmadura en ese sentido. Eugenia, por su parte, no tiene una política musical, ella oye lo que le pongan en la radio, lo que sea popular, lo que suene más en la emisora de turno. Adora el mainstream y ni siquiera sabe que los entendidos, a eso lo llaman mainstream, no le importa, no se complica. Honestamente, nunca me lo planteé como una tensión cultural, simplemente, traté de encontrarle aficiones musicales a mis personajes según sus visiones del mundo. 

T: En retrospectiva, ¿se puede considerar a Luis Tévez y su grupo como hipsters?

ESR: No lo sé. Nunca he sido dado a las etiquetas, me resultan insuficientes. Además, hipster es ese tipo peculiar de etiqueta que, según el contexto, puede cambiar su significado, cada quien entiende lo que quiere. En sociedades como la venezolana ese tipo de categorías sociológicas resultan insuficientes y fallidas. Caracas puede modelar, por ejemplo, un hipster-mono-emo-wannabe sin que eso resulte contradictorio. La locura de la ciudad lo hace posible. 

T: En un capítulo del libro, Luis y su grupo hablan de una apología del malandro que parece dominar el cine venezolano y otras áreas culturales. Háblame de esto.

ESR: Durante mucho tiempo, imperó el modelo de un cine de barrio, o cine miseria, en el que los roles protagónicos recaían en delincuentes. Pienso en la obra de Clemente de la Cerda (Soy un delincuente, El reincidente) o en muchas películas de Roman Chalbaud. Los personajes, probablemente (recuerda que ellos son libres) se referían a esa tradición. 

T: Pareciese haber un tema de decadencia, incluso en un nivel visual y lingüístico, en el ambiente de la obra. Edificios venidos a menos con sex shops, hoteluchos, autopistas plagadas de accidentes de tráfico, televisión basura, corrupción y derroche, familias divididas, una jerga plagada de palabras vulgares y obscenas… ¿Es esta Venezuela hoy en día? ¿Fue intencional el sentido de decadencia al punto (excelentemente logrado) que abruma? ¿Puede haber belleza en la decadencia?

ESR: Blue Label se redactó durante el otoño de 2009. Imagino que la decadencia que describen sus páginas, si se compara con la Venezuela de 2017, ha de parecer como una Edad Dorada. Sí, hubo una intención clara de registrar ese hundimiento, ese desgaste de los referentes urbanos. Para la Revolución, la decadencia es una política de Estado y, efectivamente, creo que la literatura es una buena herramienta para dejar constancia de todo aquello que parece estar condenado a desaparecer. Sobre la belleza, puede haber belleza en la memoria que evoca aquello que ha desaparecido, que se ha perdido, que ha dejado de ser. El objeto per se, el mundo destruido, puede ser horrible y degenerado, pero la mirada que lo percibe, en su humanidad, en su evocación, sí puede estar empapada de belleza.

T: Un leitmotiv del libro es la canción de Bob Dylan “Visions of Johanna”. En un momento, un personaje remarca que Johanna es un nombre en hebreo para el infierno. ¿Acaso la canción representa ver a esa Venezuela decadente, que inicia en Caracas pero se expande hacia un interior desolado, como las visiones del infierno?

ESR: La canción me gusta mucho, algunas de las correspondencias entre sus versos y la historia como tal son producto de la fortuna, del azar. No la elegí con una intención concreta de decir esto o aquello. Musicalmente es muy Luis y por eso está ahí. Lo de Johanna como nombre hebreo del infierno debo haberlo leído por ahí en algún blog o en alguna biografía de Dylan, pero no deja de ser una curiosidad.

T: Leí la obra hace dos años, cuando estaba en Quinto Año, y siempre discutía con un amigo sobre su significado: para mí, Blue Label/Etiqueta Azul concluye en que Venezuela es “un país de perdedores” (como decía el padre de Eugenia) sin futuro ni posibilidades. Una visión pesimista y hasta malinchista. Para mi amigo, el libro representaba lo contrario: Eugenia tuvo el único momento feliz de su vida al inmiscuirse en la verdadera realidad venezolana y solo consiguió alienación y tristeza al cumplir su sueño de emigrar. ¿Nos podrías dar un poco de claridad?

ESR: Me gusta dejarle libertad a los lectores para que elijan la interpretación con la que más se sientan a gusto. La interpretación habla más de ti como lector, que de las intenciones del autor. Creo que tienes razón al ver la historia cómo la ves, pero tu amigo también tiene razón. Esta Venezuela, de la que huyó Eugenia, es muy perversa, asfixia, maltrata, hace daño, duele, pero también tiene una cara oculta que es en la que se afinca la melancolía y la nostalgia, algo a veces indecible. Quisiera tener un poco de claridad, pero solo tengo oscuridades.

T: ¿Crees que existe, en la Caracas del mundo real, gente como Luis Tevéz y su grupo que hacen happenings o quemas de Judas con películas de cine venezolano? 

ESR: Sin duda. No lo creo, lo sé. Hay de todo. Hay gente maravillosamente loca. 

T: Hay una opinión personal que siempre he querido discutir contigo y me gustaría escuchar tus comentarios y opinión. Muchos dicen que eres la voz de mi generación pero, aunque en varias ocasiones sienta mucha identificación con lo que se plasma en la obra, siento que Blue Label/Etiqueta Azul termina siendo un libro donde se plasma la voz de tu generación (La X) en personajes de la generación millenial. Eugenia y su visión del país me recuerda más a los amigos de mi hermana de 39 años o a los jóvenes del documental Zoológico (1991) que a mis amigos. En una escena, todos se burlan de este personaje patriótico y activo en actividades políticas y cívicas que llaman “el patriota”. Yo siento que, por lo menos desde el 2007 hasta la actualidad, la mayoría de los jóvenes venezolanos – tanto los que emigraron como los que no – han terminado evocando a ese personaje. Me atrevo a decir que la voz de Eugenia hubiese sido más orgánica en un trama situado en los años noventa. 

ESR: Yo soy un noventero confeso, tengo la edad de los amigos de tu hermana. Mis referentes son absolutamente finiseculares y puede que, efectivamente, mis personajes adolezcan de esas huellas de agua. Sin embargo, te puedo garantizar (pregúntale a tu hermana) que a ninguno de nosotros, en los noventa, se nos pasaba por la cabeza irnos definitivamente de Venezuela. Queríamos salir a estudiar, a viajar, a conocer al mundo, pero no existía un paradigma de la migración como alternativa racional ante el estropicio revolucionario. El conflicto de Eugenia, en los noventa, no hubiera sido del todo verosímil, sí posible, pero no hubiera conectado con las necesidades y experiencias de una generación. En los 90, quizás, Eugenia hubiera sido una loca, una tipa rara; en la actualidad, Eugenia es una tipa que, te caiga bien o mal, tiene un problema que, como lector joven, te resulta familiar. 

T: ¿Qué significan o representan las referencias a la cultura pop venezolana de los ochenta?

ESR: Creo que hay más noventería que ochentería en Blue Label, habría que buscar los ejemplos concretos. A mí la cultura pop siempre me ha parecido muy divertida, sugerente, es algo que tenemos en común.

T: Me parece súper interesante que menciones conocidos colegios caraqueños – que etiquta de “sifrinos” – con sus nombres reales, considerando que algo tan típico de la sifrinería caraqueña es preguntar el colegio de otra persona al conocerla (incluso siendo ya adultos o viviendo afuera del país). ¿Tuviste temor de causar controversia al usar los nombres reales de estas instituciones? ¿Lo dudaste en algún momento?

ESR: No, nunca. Lo hice a conciencia. Buscaba el realismo, más que la crítica o la descalificación de tal o cual institución. No usaría la palabra “sifrino” para generalizar en torno a los colegios. Me consta que en esas instituciones hay de todo, personas de todo tipo, pero es cierto que muchas veces se impone la etiqueta.

T: Háblanos un poco de la película de Blue Label/Etiqueta Azul. ¿Qué nos espera? 

ESR: Tengo expectativas inmensas. He trabajado durante mucho tiempo en ese guión, a la par del director Alejandro Bellame. Muy contento con el equipo técnico y artístico. He aprendido lo difícil, complicado, cuesta arriba y perverso que es hacer cine. No sé que nos espera, comparto el sentimiento de incertidumbre. Ha sido una experiencia muy formativa y grata. Si es buena, la amaré y si es mala, también. Confío en que Alejandro hará un excelente trabajo que, como es habitual, tendrá aficionados y detractores. 

T: ¿Cómo ves el panorama actual de la literatura venezolana? ¿Se están rompiendo los parámetros y limites? ¿Se están leyendo más escritores venezolanos en el exterior?

ESR: No podría asegurarlo, tengo dudas. Seguimos siendo una literatura periférica, conocida por especialistas, pero para el público general no creo que haya habido un cambio significativo en lo que tiene que ver con la visibilización de autores venezolanos. Puede que, en Venezuela, se esté leyendo más literatura venezolana que antes. Tengo 10 años fuera del país, no podría asegurarlo, pero tengo esa impresión. Sin embargo, fuera del país, cuantitativamente, no creo apreciar un aumento notable de publicaciones o autores inéditos. A la poesía le ha ido bien, mejor que a la narrativa. Cadenas y Yolanda Pantin, por ejemplo, han tenido continuas rediciones de sus obras y han recibido reconocimientos importantes. Juan Carlos Méndez Guedez fichó por Siruela y ha publicado varios títulos en España, me parece que Fedosy Santaella publicó con Pretextos, Rodrigo Blanco ganó un premio importante en París con The Night; pero sigue siendo una literatura de casos, de autores concretos. Meras impresiones, quizás me equivocó. Me falta leer muchos autores jóvenes y contemporáneos por lo que no tengo argumentos suficientes para saber si se están rompiendo parámetros o límites. Sí sé que hay gente escribiendo y eso es bueno. 

T: ¿Conoces algún extranjero que haya leído Blue Label/Etiqueta Azul? ¿Qué opinó, como lo procesó? 

ESR: Sí, varios: españoles, argentinos, mexicanos, norteamericanos y australianos. El feedback ha sido positivo. Muchos me han comentado que si bien no reconocen algunas palabras, el contexto les da todo lo que necesitan para comprender las situaciones.

 T: ¿Cuáles son tus artistas extranjeros y venezolanos favoritos? 

ESR: Mi escritora venezolana predilecta es Victoria de Stefano, admiro muchísimo su trabajo. Al leerla, me siento un aficionado miserable. Teresa de la Parra siempre me gustó mucho. Y no puedo dejar de citar a mi mentor, mi querido Eduardo Liendo.

T: En cuanto a la producción cultural venezolana, ¿qué es lo que más te gusta y que es lo que más desprecias o detestas?

ESR: Las cosas han cambiado. Como te advertí, tengo diez años fuera de Venezuela por lo que creo que la oferta cultural de 2007, con sus posibilidades y limitaciones, no es la misma que la actual. En muchos campos, creo que hay gente muy talentosa, eso me gusta y lo admiro. Lo que más detesto es el facilismo, la mediocridad inconsciente, el creer que se puede ser músico, actor o escritor porque se leyó un libro for dummies y que las cosas pueden lograrse sin sacrificios o esfuerzos. Me disgusta la gente que estigmatiza el esfuerzo, que cree que las dificultades son negativas y que las cosas son buenas y bonitas sí porque sí. En la cultura también abundan figuras como la de ese joven, tristemente célebre, que se fue una competencia de invierno en Finlandia sin saber esquiar, solo porque quería cumplir un sueño. Este oficio requiere disciplina y trabajo. Me gusta trabajar con gente que tiene esa concepción de las artes.

T: ¿Qué es lo que más te gusta de Caracas y que es lo que más odias?

ESR: Mis espacios, mi pequeño mundo: la casa de mis padres, de mis familiares, los lugares de trabajo. Odiaba el tráfico, me cuentan que ya no es tan fuerte. 

T: Describe a Caracas en tres palabras. 

ESR: Hogar, locura, caos.

T: Quiero hacer un ejercicio imaginativo y descriptivo donde la mente fluya: ¿Cómo te imaginas, al nivel que quieras, a Caracas o a Venezuela en 20 o 30 años? 

ESR: Me vienen a la mente dos imágenes: El desierto del Valle de la muerte o un cementerio urbano, como el Otro Lado de películas como Inception o el de la serie Stranger Things. Nunca he sido muy optimista.

Quiero un presidente

Quiero un presidente que haya sido arrollado por una tanqueta. Quiero un presidente que haya sido preso por disentir. Quiero un presidente que haya sido torturado por informar o expresarse. Quiero un presidente que haya sido abatido por una bala o un perdigón o una bomba lacrimógena. A una anciana asfixiada por gas o a una mujer cuyo marido ha desaparecido. Quiero de presidente a una madre que llora por su hijo asesinado o a un enfermo que muere sin medicinas o a una víctima del cáncer que se suicida a falta de quimioterapia o a una embolia o a una hemorragia o a un derrame. Quiero de presidente a una persona que muere de hambre, a un niño que se desmaya sin pan, a un hombre que escarba de la basura, a una madre que no consigue alimentos para sus hijos o a una persona forzada a estar en una cola. Quiero de presidente a un joven que emigra ante un empuje o a un padre que sufre por su descendencia en tierras distantes. Quiero a un ex-pdvsa. Quiero a un indígena envenenado por el mercurio en los ríos. Quiero de presidente a una víctima de los colectivos o de los pranes o de las mafias fronterizas o de la guerrilla o de las fuerzas armadas nacionales. Quiero a un hombre víctima del hampa o a una mujer víctima por el hampa. O una persona secuestrada. Quiero de presidente a un joven violado con un fusil  o a una mujer obligada a comer gusanos por abuchear a la esposa de un político. Quiero de presidente a un comerciante que ve su tienda saqueada o a un empresario que le han quitado todo o a un hacendado famélico. Quiero de presidente a una reina de belleza asesinada. Quiero a un rico demonizado o a un clase-media devuelto a la pobreza o a un pobre sumido en la miseria. Quiero a una directora expulsada de su museo. Quiero de presidente a un joven privado de su futuro o un profesional privado de su progreso o un trabajador privado de ascender. Quiero de presidente a una ciudad que llora o a un país que le disparan.  Quiero de presidente a una protesta, a un medio censurado o a un preso político. Quiero de presidente a un mártir. A un disidente. A un rebelde. A un discriminado. A un marginado. A un pisoteado. A un oprimido. A un reprimido. A un escupido. Quiero de presidente a una víctima. A un creyente o a un luchador. Quiero de presidente a un futuro o a un grito de libertad. Quiero un presidente que sueñe. Quiero a un sueño de presidente.

Quiero un presidente (inspirado en la obra de Zoe Leonard)

Tony Frangie Mawad

2017

mi Twitter es @TonyFrangieM

La Generación de los Sueños

Hace unos días, mi mejor amiga me mandó un voicenote. Estaba llorando. Me dijo que uno de sus amigos cercanos, el mismo de su foto de perfil, había sido asesinado por la Guardia Nacional. Nuestra generación, aquellos nacidos en los noventas y principios de los dos mil, nos ha tocado duro. No solo a nivel económico (que ya es mucho), si no a nivel social y político. Somos una generación que crece sin libertad y no en un sentido simplista de la palabra: es como estar secuestrados, acorralados, o enjaulados por un Estado hostil y omnipresente (además de omnipotente) que pareciese alimentarse de la miseria y desgracia colectiva de sus ciudadanos. Somos una generación a la que le han troncado los sueños; nos han llenado de balas y sangre, nos han dicho que el futuro no existe, nos han enfrentado entre compatriotas, nos han forzado – casi empujados – a irnos a tierras lejanas y nos han hecho entender que no importamos; que solo vale esa oligarquía corrupta y fétida que tanto delira con Fidel pero viste Louis Vuitton y que duerme sobre un pozo (ahora charco) de petróleo. En fin, somos una generación dolida y violentada. ¿Pero somos solo eso? No. Somos una generación que con cada golpe, cada disparo, cada exilio y cada bomba, levanta la cara y sonríe porque sabe que el futuro – a pesar de lo que nos dicen los gobernantes – si existe. Y es por eso que somos la Generación de los Sueños, la que sabe que es posible crear un país mejor donde hay espacio para todos. Porque eso es Venezuela: una tierra de caras y mentes diferentes que en su diversidad hacen la belleza física y espiritual de este país. Muchos lo llaman 'país de mierda', pero ¿como decirle así a un país donde florece sin que sea primavera, donde la felicidad perdura en malos momentos, donde todo es un abrazo y un 'mi amor', donde jamás te sientes solo, donde abunda el calor humano y donde las guacamayas te cantan cada mañana? ¿Un país que fue el primero en abolir la pena de muerte, que tiene a Rómulo Gallegos, Cruz Diez, Yolanda Moreno, Carlos Raúl Villanueva, Uslar Pietri, Convit, Fernández Morán y un sin fin de mentes ilustres más? Es por ese país que luchamos. Porque creemos en su futuro y creemos que hay un paraíso detrás del lodo, como cuando Santos Luzardo le enseñó a Marisela su propia belleza. Esto no es 2014: en las calles están todas las edades, clases sociales y trasfondos posibles. Ahora somos un solo país que, tras tanto dolor y ofuscamiento, finalmente entendió su identidad y que, si todos ponemos de nuestra parte o de nuestra ayuda, va a salir de esta pesadilla muy pronto. Vamos a crear país, vamos a demostrar que el futuro es real. Por eso les pido a todos: sueñen con esa Venezuela futura que vamos a construir, esa Venezuela que mi generación hará suya y le dará a sus hijos. Sueñen con ver a Caracas limpia y segura, con ver a los jóvenes hacer vida aquí, con democracia y justicia, con cultura y museos, con un piso de Cruz Diez que sea de bienvenida y no de adiós. Sueñen con una Venezuela libre: porque los sueños se cumplen y porque por ellos se lucha.

 

 

Despedida a Mamarie

Marie Antar de Mawad

Marie Antar de Mawad

Cruzaste mares profundos; dejando en tus memorias las tierras de arbustos espinosos, olivos, iglesias de piedra y puertas azules de donde provenías. Eras cedro del Líbano. Llegaste a esta nación extraña y nueva, de árboles de hoja ancha y sol ácido, en la cual sembraste tus raíces y dejaste tus semillas. Este era un lugar alienígeno con plantas extrañas, rostros diferentes, verano eterno, comidas nuevas y palabras desconocidas para el oído. Aún así, hiciste a Venezuela tuya. Dejaste un país que conocía el rostro grotesco de la guerra y te enamoraste de este paraíso (como siempre lo llamabas) que te recibió en sus puertos: por eso te fuiste sin jamás perdonar la destrucción de este santuario tropical que fue tu segunda nación. En él, te entregaste a tu esposo, a tus hijos y a tus nietos con todo la irradiación de tu fervoroso amor incondicional, con tu cocina inolvidable de sabores delirantes para la lengua y con tu manera tan característica – tan propia – de ser. En tu cuarto, que ahora yace vacío y donde tu campanita multicolor ya no resuena, pesa el silencio que ha reemplazado tus chistes y comentarios. El vacío pulsa y la imagen de la Virgen María, con un ojo turco colgante, observa; silenciosa. Moriste por amor. Apenas mi abuelo se fue, la pasión que los conectaba te jaló lentamente – pues era una cuerda invisible – hacia donde él estaba. El amor por Papaemil, te robó – con dolor físico – toda tu energía hasta que pudiste, finalmente, ver su rostro una vez más. El día que partiste (cuando tu mejor amiga, entre lágrimas que le enjuagaban la mirada, gritaba desgarradoramente que habías sido madre, hija y esposa de todos) abundaron los frondosos ramos tropicales con condolencias escritas y los incontables rostros de diferentes épocas y orígenes que vinieron a darte un último adiós. Eras adorada, y toda persona adorada es de extrañarse agudamente. Tu propulsión fue aquel amor por tus hijos, fue la lucha para darles oportunidades que tú no pudiste acceder – fue alejarlos del agrio sabor de la desolación en la que te criaste. Tu existencia era pasión. Tus manos estaban desgastadas, rugosas, de tanto cocinar; de tanto aceite, tanto hielo, tanto moler y tanto cortar. Incluso al final, en aquel cuarto de colores opacos, eras un símbolo de fuerza y orden. Ay Mamarie, ¿Cuántas veces los doctores no se explicaron tu victoria sobre el cuerpo frágil que, supuestamente, no pasaría la noche? Te llamaron toro, como las cabezas de aquellos dioses monstruosamente hermosos que adoraron tus ancestros. En fin, bello animal que vence los arduos obstáculos y se defiende de los flechazos ensangrentados en su lomo. Ahora brillas distante (como siempre lo hicieron tus ojos azul cielo), más allá de la tormenta roja de Júpiter y de los nimbos de estrellas, iluminando el camino para tu larga descendencia. Estarás eternamente con tu gran amor, Papaemil, y acompañándonos a nosotros todos. Solo me queda darte gracias. Gracias infinitas por todo, Mamarie. Gracias. Te amo un mundo y te vamos a extrañar.

¿Por qué yo voto?

Yo voto por mí. Yo voto por ti. Yo voto por ellos. Yo voto para que en Venezuela reine la paz y la democracia. Yo voto para que en mi país se respeten los derechos humanos. Yo voto por tener un futuro.

Yo voto para que los supermercados y los abastos se regocijen de comida. Yo voto para que sobre la harina pan, el aceite, la azúcar, el café, el papel toilette y todos los productos que escasean. Yo voto para que las colas interminables sean un mal recuerdo del pasado. Yo voto para poder comprar lo que quiera, donde quiera y cuando quiera. Yo voto por poder comprar sin mi número de cédula y sin mis huellas dactilares. Yo voto para que regrese todo lo que desapareció; por los repuestos de los autos, por el papel periódico, por los útiles escolares. Yo voto para que no tengamos más la inflación más alta del mundo; para que los precios no se alcen hasta las nubes. Yo voto para que nuestros salarios valgan la pena; que alcancen para comprar comida, para viajar, para comprar un carro, para comprar una casa y que aun así sobre. Yo voto para que el dinero que hay en las calles no sea papel sin valor; para que ahorrar no sea un fiasco.

Yo voto para que haya medicinas. Yo voto para que la gente no muera porque no hay con que curarse. Yo voto para que nuestros hospitales y clínicas tengan todo lo que necesiten y sean de nuevo lugares para sanar a los venezolanos. Yo voto para ir a una farmacia y comprar jarabes, pastillas, gotas y demás sin que nos digan que no hay. Yo voto para que los recién nacidos tengan donde dormir, para que los enfermos de cáncer puedan someterse a la quimioterapia y para que las radiografías no sean un bien valioso.

Yo voto para que cese la corrupción estrambótica. Yo voto para que aquellos que se proclaman socialistas dejen de vivir en casas de oro y viajar en avionetas futuristas a costas del dinero del pueblo que se han robado. Yo voto para darle la espalda a los bachaqueros, a los paramilitares armados, al abuso de la bota verde y a los malandros. Yo voto para que cese la inseguridad. Yo voto para que no tengamos más muertos violentos anualmente que Iraq en guerra civil. Yo voto para que cesen los secuestros, los atracos, los asesinatos y los robos. Yo voto para poder salir a la calle sin miedo. Yo voto por los muertos: los de la inseguridad, los de las protestas, los de todo tipo de violencia política. Yo voto por los secuestrados.

Yo voto para que tengamos una sistema educativo ejemplar. Yo voto para que todos tengan educación. Yo voto para que cese el acoso a nuestras universidades y para que tengan los presupuestos que se merecen. Yo voto para que sean centros de cultura y conocimiento y no campos de batalla. Yo voto para que nuestros profesionales no deban abandonar sus sueños o su país. Yo voto para que nuestros científicos vuelvan. Yo voto para que nuestros museos y teatros sean joyas de la humanidad y no anfiteatros políticos. Yo voto para que desaparezca la pobreza. Yo voto para que todos tengan una vivienda digna, agua, electricidad e igual oportunidades. Yo voto para que seamos un país mayoritariamente de clase media. Yo voto para que todos tengan oportunidad de salir adelante. Yo voto para que reina la cultura. Yo voto para que regrese el cosmopolitismo de Caracas. Yo voto para que cese el odio entre clases, para que dejemos de pensar como ricos y como pobres y empecemos a pensar como venezolanos.

Yo voto para que los servicios públicos funcionen. Yo voto por que regresen los empleados de PDVSA. Yo voto para que haya luz y agua. Yo voto para que Cantv, el metro y los autobuses funcionen correctamente. Yo voto para que liberen a los presos políticos. Yo voto para que no haya más abuso y represión. Yo voto para que cese el miedo y la intimidación. Yo voto para que no obliguen a mujer a comer gusanos por abuchear a la esposa de un político; para que nos golpeen, no nos electrocuten, no nos quiten el gozo que es ver el sol, no nos violen con fusiles y no nos deformen con golpes. Yo voto por los estudiantes muertos y presos. Yo voto por los perseguidos y los exiliados. Yo voto por la libertad de comercio; para que no haya más expropiaciones, no haya regulaciones ilógicas, controles cambiarios y ataques a la industria privada. Yo voto para que haya libertad de expresión; para liberarnos de la censura, para que los periódicos y los canales de televisión nos muestren la realidad sin miedo a ser cerrados.

Yo voto para que se detenga la emigración masiva. Yo voto para que volvamos a ser un país de inmigrantes y no de emigrantes. Yo voto para que regresen todos los que se fueron. Yo voto para que el piso de Maiquetía no sea un signo de tristeza si no de arte. Yo voto para que cesen las lágrimas y las despedidas. Yo voto para que dejemos de estar repartidos por el mundo. Yo voto por la juventud. Yo voto por tener mis hijos en Venezuela. Yo voto para que millones de niños venezolanos crezcan en nuestra tierra, bajo nuestro cielo, y hablando nuestra lengua.

Yo voto por remediar nuestra imagen dañada en el mundo. Yo voto para que dejen de prostituir los nombres de nuestros próceres. Yo voto para que no se aplauda la viveza criolla y la flojera. Yo voto para que haya hogares dignos; para que las adolescentes no sean madres y las madres no sean solteras. Yo voto para que dejen de decirme que no pertenezco a este país. Yo voto para que se detengan los abusos a los indígenas en Canaima y la selva amazónica. Yo voto para que este y oeste sean solo nombres geográficos. Yo voto para que dejemos de ser refugio de terroristas de todo el mundo. Yo voto para que todos tengamos una voz. Yo voto para que la desidia deje ser un símbolo nacional. Yo voto para que dejemos el salvajismo y vayamos al desarrollo. Yo voto por Gallegos, Trompiz, Soto, Cruz-Diez, Moreno, Imber, Tío Simón y todos los luceros de nuestra cultura. Yo voto por la tierra de gracia. Yo voto por el tricolor de la bandera. Yo voto el turpial, por la orquídea y por el araguaney. Yo voto para que seamos de nuevo una tierra de tolerancia. Yo voto por un cambio. Yo voto por la reconciliación. Yo voto por Venezuela. 

La Generación del Miedo y la Rutina.

        Somos la generación del miedo y la rutina. Hemos crecido en un país descompuesto; un adefesio de república donde la vida no vale nada y la moral es un ser deformado. Somos las víctimas de un experimento social, de la negligencia de una sociedad idiotizada cuya falta de ciudadanía en 1998 nos llevó a pagar sus consecuencias. Aquí estamos, mirando con envidia a todos los jóvenes del mundo a través de nuestras redes sociales; revolcándonos en la falta de futuro, de progreso, de cosmopolitismo; en la chabacanería de lo que queda de vida nocturna; en el encierro a domicilio que se ha vuelto nuestra juventud. Nos babeamos como idiotas viendo el Halloween en el resto del mundo; viendo la diversión de jóvenes que todas las tardes disfrutan de su ciudad y sus amigos; viendo todas esas maravillas que ofrece la vida en un país normal: la comida, la ropa, los museos, las actividades recreacionales. Todo lo que crecer en una revolución nos arrebató.

            Y así vivimos, a base del deseo y del miedo. El miedo a no saber si viviremos, el miedo a no saber adónde se dirige tu futuro. El miedo a que esta pesadilla no termine nunca. A que finalmente nos terminemos de volver una comunidad completamente emigrante. Ese miedo a que algún día – 2030, 2050 – nos sentemos en casas suburbanas con nietos e hijos que hablen lenguas foráneas, recordando un Ávila que más nunca vimos, con relatos generacionales que no son de heroísmo y progreso si no de nuevos nómadas modernos. Sentarse en el metro de Nueva York, año 2052, y ver una anciana venezolana narrar su travesía por el mundo una vez que abandonó Caracas décadas antes para más nunca volver.

            Y dejamos nuestras pocas esperanzas en lo poco que nos queda. En brujos y profetas, en elecciones parlamentarias. Y el miedo acecha y golpea, apareciendo con rumores macabros y desalentadores que llegan de supuesta largas cadenas de gente: que habrá un fraude masivo, que compraron a la ONU con oro, que si gana la oposición los colectivos desarrollarán una pesadilla de sangre y terror en las calles del país. Surge la depresión, pero la esperanza perdura en medio de la oscuridad.

            No es lindo vivir con miedo y no es divertido vivir con rutina, encerrado en una casa. Y así, a mi generación le ha tocado vivir los peores momentos de la historia de este desangrado país que es Venezuela. Somos la generación de la emigración, empujados por el país a las aguas del Caribe para conquistar el resto del planeta – dejando una patria en llamas atrás. Y todo por la irresponsabilidad de una generación mayor que no logró entender lo que tenían hasta que lo perdieron. 

Entrevista a Luis Molina-Pantin

Luis Molina-Pantin apreciando una de sus obras.

Luis Molina-Pantin apreciando una de sus obras.

         Tuve el placer de entrevistar a Luis Molina-Pantin, artista plástico venezolano basado en Caracas. Molina-Pantin, que fue reseñado por el New York Times, ha expuesto en Barcelona, Bogotá, Sao Paulo, Gwangju, Houston, Sevilla, Arizona, Madrid y Nueva York y varias de sus obras han sido adquiridas por museos de estas ciudades. El trabajo de Molina-Pantin trata principalmente, a través de significantes objetos vintage que él llama “arqueología urbana”, sobre Venezuela, el colapso que lleva décadas sufriendo y la cultura moderna de dicho país simultáneamente haciendo un comentario social y político.

Tony: ¿Consideras tu arte como arte conceptual o arte pop? Tomemos en cuenta que el arte pop emplea imágenes de la cultura popular o consumista mientras que el arte conceptual emplea objetos mundanos muchas veces no creados por el artista para expresar el concepto tras estos.

Luis Molina-Pantin: Arte conceptual, pero algunos confunden las dos cosas.

T: ¿Cuánta consideras que es la importancia de lo pop en tu arte?

LMP: Tiene un porcentaje de la cultura pop, por la manera de presentar a los objetos o portadas de libros, pero no lo llamaría pop.

T: Tus obras son principalmente objetos del pasado cosmopolita y consumista de una Venezuela que ya no existe y fotografías con imágenes poderosas sobre la cultura masiva, el país y en muchas ocasiones el kitsch. ¿Te consideras escultor, fotógrafo o algo diferente?

LMP: Artista plástico, es más flexible, tengo la habilidad de asumir roles para poder crear, puedo trabajar como “fotógrafo" o como “escultor”.

T: Existe una gran cantidad de críticas al arte conceptual por mostrar objetos mundanos no creados por el artista como obras de arte. Varias de tus obras son objetos mundanos pero que logran expresar un mensaje sobre Venezuela o simplemente un interesante efecto estético a base de los objetos. ¿Crees que esta cualidad tan única te logra diferenciar de gran parte de los artistas conceptuales o crees se asemejan a ti?

LMP: Trabajar con objetos es fácil para los artistas pero no para el público, la filosofía del ready-made de Duchamp lleva más de 100 años de existencia y todavía el público tiene problemas con ella. Cada artista tiene sus habilidades, no logro semejarme ni diferenciarme de los demás, simplemente hago mi trabajo con honestidad y consistencia.           

T: Damien Hirst es uno de los más celebres y controversiales conceptualistas, con obras como un tiburón disecado o un boticario con pastillas. ¿Qué opinas de su arte?

LMP: Me gusta su trabajo hasta cierto punto, he sido observador desde el principio, loúnico controversial es su éxito comercial, pero a la final como decía Warhol -“Todo artista es comercial”.

T: Una de tus obras que más me llama la atención es una serie de teléfonos ladrillos haciendo un degrade de colores. Hoy en día atraen por su apariencia vintage y nostálgica. ¿Qué quieres expresar con esta obra?

LMP: Mi habilidad como arqueólogo, esos teléfonos son muy difíciles de conseguir, es  como un lujo verlos todos juntos y además formando un degrade. También es sobre lo sensible que podemos ser con un objeto que apenas tienes 25 años de existencia.

Postales apocalípticas/Apocalyptic Post-cards (1996)

Postales apocalípticas/Apocalyptic Post-cards (1996)

T: Aquí viene una pregunta larga. Naciste en 1969. Es decir, que tu infancia y tu llegada a la adultez se dieron en un periodo interesante para el país: la Venezuela Saudita se veía cada vez más lejana; el país se hundía en crisis económica; la era de Miami, el ta’ barato dame dos y la Sifrina de Caurimare se desaparecía; y el país cosmopolita que éramos se perdía. Es decir, creciste en el periodo transitorio entre la “Gran Venezuela” de CAP y la “Venezuela Revolucionaria” de Chávez. Se podría ver a tu arte como una expresión generacional de lo que vivió tu generación (la generación X): la pérdida y transición de una Venezuela por la otra. ¿Considerarías a tu arte como una expresión de tu generación?

LMP: Si claro, mi trabajo es sobre mi entorno, pero mi formación no fue totalmente enVenezuela, tuve la oportunidad de vivir y estudiar en Nueva York, Montreal y San Francisco, donde me dio la ventaja de ver a mi país desde afuera.

T: En tu obra “Postales Apocalípticas” vemos una serie de imágenes de íconos de diferentes lugares del mundo con colores y cielos que parecieran ser guerras nucleares u otros tipos de lugares apocalípticos (lo cual me recuerda la obsesión por las bombas nucleares que se expresa en el libro “Generation X” de Douglas Coupland). Una imagen es de Venezuela pero no muestra un edificio icónico si no una torre de petróleo en fuego. Para ti, ¿La imagen expresa que Venezuela ha quedado reducida a su petróleo?

LMP: El petróleo es la imagen del porvenir y modernización del país, ese paisaje es clave para abreviarlo.

T: Tu obra sobre alcancías de bancos quebrados o intervenidos de Venezuela me parece extremadamente significativa al igual que la cantidad de libros viejos sobre temática nacional o de importancia en el país. ¿Qué expresan esos libros? ¿Se podrían relacionar con la obra de las alcancías pues ambos son reliquias de un país que ya no existe?

LMP: Sí, de ahí viene el término “arqueología urbana”, libros y alcancías es lo que básicamente he usado como material para trabajar, todo viene del  dicho-“Nunca juzgues un libro por la portada”.

T: Expusiste una exposición de nombre “Valores Humanos”, como el programa de Arturo Uslar Pietri (una vez más evocando la cultura pop del pasado),  donde expones las alcancías de los bancos quebrados o intervenidos o una botella de whisky – “la bebida nacional” – que dice perturbadoramente: tamaño familiar. ¿Por qué elegiste ese nombre para la exposición? ¿Habla de una perdida de los valores y del materialismo?    

LMP: Titulo clave sobre el rescate de los valores humanos, también tiene una doble lectura, el único programa que mi padre me decía que viera. En fin, el título y la exposición lo dicen por si solos…

T: Tomando en cuenta la temática de tus obras: ¿has visto la película Adiós, Miami? Y ¿Has pensado trabajar con el metro (y su arcoíris icónico) o con la famosa Sifrina de Caurimare cuyas cuñas para Bon Bon de Tío Rico terminaron expresando esta experiencia traumática que llamamos el viernes negro?

LMP: La vi hace años, emm, por ahora no creo.

T: Has hablado de tu búsqueda por estos objetos fascinantes del pasado como “arqueología urbana” puesto que es como una excavación de una civilización muerta. ¿Dónde consigues todos estos objetos, en especial los libros, que expresan tan bien la cultura pop de la llamada “Cuarta República”?

LMP: Eso es secreto sumarial, no debería dar recetas.

T: Tu exposición sobre la narco-arquitectura de Colombia causó mucha polémica. ¿Crees que esta narco-arquitectura puede ser considerada como una de esas mezclas tan típicas de tus obras entre cultura pop e historia de un país?

LMP: Sí, el trabajo de la narco-arquitectura es un estudio informal sobre laarquitectura híbrida. Naturalmente todo está conectado.

T: Tienes una serie de fotografías de la casa de Osmel Sousa, la cual expresa la pomposidad y lo estrambótico de dicho personaje tan importante en la farándula local (puesto que el Miss Venezuela, a pesar de sus lados oscuros, es un poder en el país). ¿Cuál es la historia de cómo llegaste a fotografiar la casa de Osmel?

LMP: Ese trabajo se hizo especialmente para la exposición colectiva “90-60-90”, que serealizó en el antiguo Museo Jacobo Borges en el año 2000, curada por Alfons Hug, quien era entonces el director del Instituto Goethe en Caracas, fui invitado a participar junto con otros artistas venezolanos y alemanes sobre el fenómeno cultural del Miss Venezuela.    

         En vez de fotografiar a las misses con sus trapos, tacones, etc… quería ir al problema de la matriz, y esa era el apartamento en Santa fe Sur donde vivía Osmel, por suerte la Organización Miss Venezuela fue patrocinante de la exposición y pude lograrconvencer a Osmel para entrar en su casa.

T: Vemos obras tuyas tales como una vista a un jardín hecha de revistas y portadas de libros sobre plantas y jardines o fotografías a set de novelas de los noventas que aparentan ser casas. ¿Estás hablando de una falsa realidad creada por el consumismo y la cultura pop? Es decir, del delirio de creer en algo artificial – lo que Baudrillard llamó la hiperealidad

LMP: Sí, es más o menos sobre el reciclaje de la imagen y sacando de su contexto original esos estudios televisivos y libros…

T: En el resto del mundo se tiene una imagen de Latinoamérica como un lugar con guerrillas, bigotes, sombreros gigantes, Macondos, plantaciones con mujeres en ruanas y burritos. En tus obras vemos otra cara de la moneda, al menos de Venezuela: consumismo, cultura pop al estilo americano, cosmopolitismo, etc… ¿Tus obras son una reivindicación de la imagen de Latinoamérica o al menos de Venezuela?

LMP: Sí, se ve en varios de mis trabajos, en vez de estudiar a las civilizaciones en “crisis” me interesan más estudiar las civilizaciones del “poder”.

T: Finalmente, en varios de mis escritos he expresado el sentimiento de que Caracas se ha vuelto Roma en el ocaso del imperio (un punto de vista que descubrí que alguien más tiene en un artículo de Caracas Chronicles). Es un antiguo imperio de la opulencia y la prosperidad que cae abandonado y tomado por bárbaros: gigantescas ruinas de hierro y hormigón. Como dijo el autor del artículo en Caracas Chronicles: Aun está el coliseo y el foro, cayéndose, pero los emperadores no existen. Aún quedan las villas como varios nobles, pero gran parte se han ido a Constantinopla. Basado en esta metáfora, ¿Tu “arqueología urbana” son las reliquias de Roma antes de los bárbaros?

LMP: Antes y después…-

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Si deseas conocer más del trabajo de Luis Molina-Pantin, puedes ingresar a su página web www.luismolinapantin.com o seguirlo a través de su cuenta en Instagram @luismolinapantin.